martes, 9 de agosto de 2016

Relato 124

                                    Siesta

         —¿Sexo sin pagar?¿A tu edad? ¡No me lo creo!
        —Como te lo digo, dos franchutas, la mar de buenas, una rubia, la otra morena, venían por ese camino, iban perdidas, buscaban una granja que está al otro lado del valle, me vieron aireando la paja con la horca y no sé qué les entró al verme, tal vez porque iba descamisado, que vinieron directas a por mí.
        —Sí, hombre, a por ti, con setenta y nueve años.
        —Setenta y ocho, aún me quedan dos meses, no como a ti. Uno que es atractivo.
        —Y, ¿qué pasó?
        —Venían sudadas y cansadas, les ofrecí beber agüita fría de mi cántaro.
        —¿Me lo pasas?
        —Ten.
        —Y, qué más?
        —Se sentaron ahí en la sombra, en el poyo ese, les ofrecí el agua, sus camisetas de colores vivos transpiraban y se transparentaban sus senos. Eran firmes, del tamaño justo de las copas de champagne. Yo las miraba entre incrédulo y sorprendido y se conoce que a ellas mi desconcierto les gustó y no paraban de reírse y de mirarse divertidas. Como si se burlaran o estuvieran coqueteando conmigo, te lo juro, Raimundo, estaban para comérselas, pero no para mi boca hambrienta, por supuesto. Estoy seguro que les debí parecer un viejo demonio con mi horca y mis pantalones rojos.
        —Y, ¿cuándo fue eso, Teofilo?
        —Hace unos días, a principio del pasado mes de julio, a media mañana, el calor era sofocante, me acababa de duchar y ya estaba casi sudando; lo que más me apetecía era acabar con el pajar y volver a la ducha.
        —Y esas supuestas francesillas, ¿cómo eran?        
        —De película. Vestían shorts ajustados, sandalias de cuerda y camisetas: una naranja y la otra verdosa. No debían tener más de veinticinco, eso es seguro. Mientras bebían les caía el agua por la canalera, yo creo que lo hacían a posta o casi y a mí se me caía la baba. Estaban sedientas y juguetonas. Se echaban miraditas sin parar y se reían como si estuvieran en un plató de esos. Yo pensé: esas son bolleras. Luego cuando preguntaron por la granja sin quitar ojo a mi entrepierna, lo reconsideré. Con todo no podía sospechar lo que iba a ocurrir después. Incluso ahora pienso que tal vez no ocurriera nada y todo fue un delirio mío, porqué lo que recuerdo que pasó es literalmente increíble. Ellas estaban muy cerca de mi. Olían a lavanda fresca, el mismo perfume o a mí me lo pareció que usaba mi mujer, que en paz descanse.     
        —¿Y os entendías en francés?
        —No nos hizo falta. La rubia me metió mano al paquete. Así, como te lo digo con toda la naturalidad del mundo, mientras la morena me desabrochaba el cinturón.
        —¡Hala, tío!, que no me lo creo, ya te lo he dicho. Y tú, ¿qué hiciste?
        —¿Qué iba a hacer?, Al principio me resistí, luego, lo acepté. Me apoyé en esa columna, sin decirles nada, cerré los ojos y les dejé hacer.
        —¿Y, entonces?
        —Me bajaron los pantalones, hurgaron por mis calzoncillos y sacaron a la luz el artefacto. Se conoce que tenían mucha práctica, luego pensé que serían actrices porno por lo bien que manejaron la situación. No dejaron ni una gota, realmente estaban sedientas. 
         —No me lo creo, Teofilo, no me creo que te la limpiaran.
         —Ni yo, Raimundo, ni yo. Ya te digo que puede que todo fuera fruto de mi imaginación. Lo que sí es cierto es que me tiré luego una siesta de día entero y sin pizca de calor.

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