martes, 16 de agosto de 2016

Relato 125

                                     Nietzsche ( y 2)   (Ver relato 115)

Ni la ciencia ni la filosofía ni la religión tienen verdades objetivas, son meras herramientas de dominio. Dionisio es la fuerza vital creadora ¿Qué es la razón humana frente a esa fuerza imponente? —te preguntas, retóricamente. ¿Qué dirías hoy de las grandes corporaciones que controlan el mundo a su antojo? El conocimiento es algo falso, una elaboración mental, nada frente al poder del instinto. Tu filosofía, Friedrich, quiere invertir todos los valores tradicionales que sustentan tu época y la civilización occidental, es avasalladora, novedosa, lúcida, también destructiva, corrosiva, antisocial, desarrollas una crítica feroz sin una alternativa viable para la mayoría. Tampoco pretendes mostrar el camino a nadie, es cierto, sólo darle un par de hostias. Conmocionas las conciencias individuales, nos quitas el suelo, nos lanzas al mundo a vivir sin argumentos. Detrás de ti, nada permanece igual, levantas sospecha de toda actitud humana. Todos nos movemos por el instinto de la voluntad de poder, nos demos cuenta o no, lo disfracemos con lenguaje o no, lo asumamos o no. Rebelas el fondo de la psicología humana. Luego vendría Freud. Afirmas de modo corpulento y sanguíneo que el instinto merece más autoridad que la razón y te tomas la historia tan a pecho igual que si la vivieras y sufrieras personalmente. Para ti, la muerte de Dios significa acabar con toda moral de opresión, justificada filosóficamente a lo largo de los siglos y significa también acabar con el cristianismo en sus variantes y con el idealismo. Muertos todos lo dioses, que sea el superhombre. Tú lo anuncias. El hombre debe ser superado, es un eslabón entre la bestia y el superhombre.
         El superhombre es un proyecto humano diferente. No es una raza nueva ni un nuevo Dios. Nada que ver con el uso político que devengó con el nazismo. El superhombre es el que llega a ser líder de sí mismo, el que transmuta la moral corriente, el legislador y dominador con libertad de espíritu más allá de la mediocridad. Sus virtudes no tienen nada que ver con la de los demás mortales atrapados en la mentira de la moral y es quien desprecia todo movimiento democrático que lleva —aduces— siempre a una decadencia. El superhombre que prefiguras, Friedrich, es el hombre elevado, el filósofo del futuro, el profeta de una nueva humanidad fundada en valores vitales, que pertenecen a todos los seres vivos y han de despertar. El superhombre es fuerte, independiente, poderoso, libre, semejante a un dios epicúreo capaz de aceptar con valentía el universo y la vida tal como es. El superhombre supera la mezquindad de la vida, es el lúcido que conoce su cruel verdad (sólo es voluntad de poder, imponiéndose al otro) y la sobrelleva con un pesimismo estoico y certero. A mi entender, tu superhombre, Friedrich, fue mal interpretado y preparó la llegada de un líder irracional, un líder político que se tomó tus palabras como anillo al dedo, Hitler. Aún a pesar que sustentas que no hay que adherirse a ninguna persona, patria, a ninguna compasión ni ciencia pues cada individuo es completo. La voluntad de poder es su horizonte, sin más límite que el peso de un pasado que asumes como propio. El superhombre vive afirmando la vida y su vida con exaltación en cada acto, aceptando su soledad existencial, el nihilismo y la no trascendencia con naturalidad, no es compasivo ni moralista, sino un entusiasta adherido a la naturaleza viva que toma su vida como una especie de obra de arte en perpetuo presente igual que si fuera un juego o una fiesta divertida para su disfrute. La vida está para vivirla, no para pensarla. Tu proyecto fue de tal calado que seguramente superó tu delicada sensibilidad. Admirablemente trágico. Y acabaste loco.
         La Vida (de todos) no tiene finalidad alguna aunque sí necesidad de perpetuarse como vida por su voluntad de poder y de regresar infinitas veces sin que se produzca nada nuevo, en la misma sucesión y en el mismo orden, en un círculo eterno. Ni resurrección ni reencarnación, porque no hay nada que sobreviva a la muerte, es la naturaleza actuando sin otra necesidad que la de repetirse. Influido por Goethe y su sentido pagano de la tierra, de la admiración por un tipo idílico de naturaleza. La naturaleza —afirmas— es derrochadora e indiferente, carece de piedad y de justicia, de intenciones y miramientos, es incierta y cruel, ¿cómo se puede aspirar a vivir así? Vivir es querer ser distinto a esa naturaleza salvaje y despiadada. La vida misma es voluntad de poder y la auto conservación una de sus consecuencias. Vivir y auto conservarse más allá del otro me suena a mí a una especie de imperativo vital egocéntrico, natural, sí, pero muy poco socializador. Así como —afirmas—en la naturaleza retornan las hojas de los árboles que son iguales y al mismo tiempo diferentes, así todo es eterno y nada del pasado no deja de retornar. La vida del superhombre ama tanto la vida que supera el tiempo y se convierte en un eterno presente. La materia se recompone por la voluntad intrínseca para hacer el mismo individuo, que va a repetir eternamente la misma vida y el mismo proceso vital. La vida se expresa a través de la vida individual, continuamente, a eso le llamas el eterno retorno, si lo entiendo bien. La vida se exalta a sí misma, se auto acepta en el mundo, expresando material y cósmicamente el poder de la voluntad de la vida de reafirmarse en un círculo repetitivo, una circunvalación no evolutiva. Algo que parece desde mi punto de vista, Friedrich, desesperante.  Y acabaste loco.
        Consideras el arte como el refugio del hombre en su vida de sufrimiento. Afirmas que es la expresión más alta del hombre. La vida es dolor, pesimismo y búsqueda de disfrute y el arte en general y la escritura en particular te la hacen soportable. Está condicionado por un sentimiento de fuerza instintiva y el arte no engaña, es mentira manifiesta y esto lo hace acreedor de verdad. La vida es pesar y el arte medicina  para el hombre.
        Y así, Friedrich, fue como culminaste tu vida más allá de razones y palabras, más allá de ti mismo, de tu voluntad de vivir, según el modo que más o menos voluntariamente elegiste ante una filosofía de tanta disolución: acabar loco. Seriamente enfermo de sífilis abandonaste la universidad de Basilea en 1882, para instalarte en Italia donde aparte de conocer en Roma a la joven rusa Lou Salomé de veintiún años y enamorarte con treinta y ocho años como un poseso, (y no como un superhombre) y después que ella rechazara tu proposición de un amor a tres bandas y se casara con el tercero en discordia, el amigo común Pablo Ree (tú lo tomaste como alta traición)  te dedicaste a escribir y editar tus libros en Turín hasta un par de años antes de tu muerte, cuando perdiste la cabeza. Te refugiaste en la creación literaria. Siempre te creíste un tipo elegido, alguien especial y crítico para despertar las consciencias de mundo. Además de filólogo, fuiste teólogo, mas que filósofo, propiamente hablando. Desapareciste en 1900 a la edad de cincuenta y seis años, sin saber (o quizá sí) que tus ideas retumbarían poderosamente durante el siglo XX y que ya nada, absolutamente nada sería lo mismo. Un abrazo. 

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