Quién
—Pablo, por favor, no lo hagas, ahora no
quiero.
Pablo obedece y la deja estar. Ambos
están en un dormitorio ovalado, el camastro en el centro de la estancia,rodeada de espejos, las luces encendidas, los
látigos y demás herramientas de sometimiento colgados de la pared. Ella está
desnuda. Hay un trípode con una cámara encima en un extremo de la sala,
enfocándoles y un operador. La cámara les está grabando.
Él hace ver que respeta la actitud
sumisa de su pareja pero de repente y sin mediar palabra la abofetea y ella cae
en una escena ensayada cientos de veces calculadamente encima de la cama dentro
del enfoque de la cámara.
—No discutas mis órdenes —le espeta él,
gritando, amenazadamente. Ella, tendida, hace ver que llora y gimotea.
—Te voy a castigar por tu rebeldía —continua.
Él escoge un látigo de la pared, uno de
crin aceituno de caballo y se lo muestra, se lo restriega por la cara, ella
sigue atemorizada.
—No, por favor, eso no —le grita y hace
el ademán de levantarse, pero él se lo impide y hábilmente le ata las piernas con
una cinchas en las patas de la cama.
Ella, inmovilizada, de bruces, con las piernas
abiertas, brazos también, gime llorosa, mirando cámara. El rimel se le ha
corrido y le ha manchado la cara. El primer plano queda magnífico, se le ve el
miedo impreso en los gestos y en la mirada.
Él empieza a calentarle las nalgas con
el látigo, suave al principio, luego con mayor velocidad, se le van
enrojeciendo. Ella gime y se retuerce de dolor en una escena mil veces
representada, aparenta que se va poniendo cada vez más ardiente, insta que deje
de azotarla, pero él continua, y sigue por las piernas, brazos y espalda. Ella
se contornea sobre las sábanas como una serpiente enrojecida.
—Zorra, con quién te acuestas, dime con
quién —le vocifera él, aparentemente enojado, dejándole señales visibles en la espalda
y en las nalgas.
—Para, por favor —implora ella, pero él
continua con más fuerza.
Cuanto más le suplica más se excita, en
el viejo y peligroso juego del ensañamiento.
Sin embargo, algo está sucediendo, la
escena se está descontrolando, generalmente a la tercera súplica él se detiene;
ese es el acuerdo previo y cambia de herramienta de castigo, pero en esta
ocasión Pablo persiste con el látigo y ella empieza a sentirse verdaderamente
maltratada.
Pablo parece estar fuera de sí,
exacerbado, como queriendo ajustar cuentas con su esposa. Entonces sucede algo
no previsto en el guión, de atrás le viene, justo cuando mantenía el látigo en
alto, un objeto contundente que le abre la cabeza con un golpe seco, ¡cata crac!
y cae al suelo como un pelele animado.
Demasiado cerca para quedar dentro del
enfoque.
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