martes, 3 de julio de 2018

Relato 223


                                               Quién

        —Pablo, por favor, no lo hagas, ahora no quiero.
        Pablo obedece y la deja estar. Ambos están en un dormitorio ovalado, el camastro en el centro de la estancia,rodeada de espejos, las luces encendidas, los látigos y demás herramientas de sometimiento colgados de la pared. Ella está desnuda. Hay un trípode con una cámara encima en un extremo de la sala, enfocándoles y un operador. La cámara les está grabando.
        Él hace ver que respeta la actitud sumisa de su pareja pero de repente y sin mediar palabra la abofetea y ella cae en una escena ensayada cientos de veces calculadamente encima de la cama dentro del enfoque de la cámara.
        —No discutas mis órdenes —le espeta él, gritando, amenazadamente. Ella, tendida, hace ver que llora y gimotea.
        —Te voy a castigar por tu rebeldía —continua.
        Él escoge un látigo de la pared, uno de crin aceituno de caballo y se lo muestra, se lo restriega por la cara, ella sigue atemorizada.
        —No, por favor, eso no —le grita y hace el ademán de levantarse, pero él se lo impide y hábilmente le ata las piernas con una cinchas en las patas de la cama.
         Ella, inmovilizada, de bruces, con las piernas abiertas, brazos también, gime llorosa, mirando cámara. El rimel se le ha corrido y le ha manchado la cara. El primer plano queda magnífico, se le ve el miedo impreso en los gestos y en la mirada.
        Él empieza a calentarle las nalgas con el látigo, suave al principio, luego con mayor velocidad, se le van enrojeciendo. Ella gime y se retuerce de dolor en una escena mil veces representada, aparenta que se va poniendo cada vez más ardiente, insta que deje de azotarla, pero él continua, y sigue por las piernas, brazos y espalda. Ella se contornea sobre las sábanas como una serpiente enrojecida.     
        —Zorra, con quién te acuestas, dime con quién —le vocifera él, aparentemente enojado, dejándole señales visibles en la espalda y en las nalgas.
        —Para, por favor —implora ella, pero él continua con más fuerza.
        Cuanto más le suplica más se excita, en el viejo y peligroso juego del ensañamiento.
        Sin embargo, algo está sucediendo, la escena se está descontrolando, generalmente a la tercera súplica él se detiene; ese es el acuerdo previo y cambia de herramienta de castigo, pero en esta ocasión Pablo persiste con el látigo y ella empieza a sentirse verdaderamente maltratada.
        Pablo parece estar fuera de sí, exacerbado, como queriendo ajustar cuentas con su esposa. Entonces sucede algo no previsto en el guión, de atrás le viene, justo cuando mantenía el látigo en alto, un objeto contundente que le abre la cabeza con un golpe seco, ¡cata crac! y cae al suelo como un pelele animado.
        Demasiado cerca para quedar dentro del enfoque.             

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